Por el élder Ronald A. Rasband
De la Presidencia de los Setenta

Con
el permiso del presidente Henry B. Eyring, y alentado por él, me
gustaría contarles una experiencia muy especial que tuvimos hace varios
años cuando él era miembro del Quórum de los Doce. Cada uno de los
apóstoles tiene las llaves del reino y las ejerce bajo la dirección y
asignación del Presidente de la Iglesia. El élder Eyring estaba
asignando misioneros a sus respectivas áreas de trabajo y, como parte de
mi capacitación, se me invitó a observar.
Me
reuní con el élder Eyring temprano por la mañana en un cuarto donde se
habían preparado varios monitores grandes de computadoras para la
sesión. También se encontraba allí un miembro del personal del
Departamento Misional a quien se le había asignado ayudarnos ese día.
Primero
nos arrodillamos juntos en oración. Recuerdo que el élder Eyring
utilizó palabras muy sinceras al pedir al Señor que lo bendijera para
saber “perfectamente” a qué lugar se debía asignar a los misioneros. La
palabra “perfectamente” indica mucho en cuanto a la fe que el élder
Eyring mostró ese día.
Para
comenzar el proceso, aparecía en el monitor de la computadora la foto
del misionero o la misionera a quien se daría la asignación. Al aparecer
cada foto, me parecía como si el misionero o la misionera estuviera en
el cuarto con nosotros. Entonces el élder Eyring saludaba al misionero
con su voz gentil y agradable: “Buenos días, élder Reier o hermana Yang.
¿Cómo está usted hoy?”.
Me
dijo que le gustaba imaginarse dónde concluirían su misión los
misioneros; eso le ayudaba a saber a dónde se les debía asignar. Luego,
el élder Eyring analizaba los comentarios de los obispos y los
presidentes de estaca, las notas médicas y otros aspectos relacionados
con cada misionero.
Después,
miraba otra pantalla en donde aparecían las áreas y las misiones
alrededor del mundo. Finalmente, según le indicaba el Espíritu, asignaba
al misionero o a la misionera a su área de trabajo.
De
otros miembros de los Doce he aprendido que ese método general es usual
cada semana cuando los Apóstoles del Señor asignan a muchos misioneros a
dar servicio por todo el mundo.
En
vista de que años atrás yo había prestado servicio como misionero en mi
país, en la Misión de los Estados del Este, esa experiencia me conmovió
profundamente. Además, al haber servido como presidente de misión,
estaba agradecido de tener otra confirmación en el corazón de que los
misioneros que había recibido en la ciudad de Nueva York se me habían
enviado por revelación.
Después
de asignar a varios misioneros, el élder Eyring se dirigió a mí
mientras reflexionaba sobre un misionero en particular y dijo: “Hermano
Rasband, ¿a dónde cree que debe ir este misionero?”. ¡Me sobresalté! Le
indiqué suavemente que no sabía, ¡y que tampoco sabía si yo podía saber!
Me miró de frente y simplemente me dijo: “Hermano Rasband, preste más
atención, ¡y también podrá saber!”. Después de eso, acerqué mi silla un
poco más al élder Eyring y a los monitores, ¡y sí presté mucho más
atención!
Un
par de veces más al continuar el proceso, el élder Eyring se volvió
hacia mí y me preguntó: “Bueno, hermano Rasband, ¿a dónde siente que
debe ir este misionero?”. Yo le nombraba una misión en particular y el
élder Eyring me miraba pensativo y decía: “¡No, no es esa!”, y asignaba
al misionero a la misión a la que él había sentido que debía ir.
Casi
al finalizar las asignaciones, apareció la foto de cierto misionero en
la pantalla. Tuve una impresión muy fuerte, la más fuerte de toda la
mañana, de que ese misionero que teníamos enfrente debía ser asignado a
Japón. Yo no sabía si el élder Eyring me iba a preguntar sobre ese
misionero, pero increíblemente lo hizo. Con vacilación y humildad le
dije: “¿A Japón?”. El élder Eyring respondió de inmediato: “Sí, vayamos
allí”. Aparecieron en el monitor las misiones de Japón, y en el acto
supe que el misionero debía ir a la Misión Japón Sapporo.
El élder Eyring no me preguntó el nombre exacto de la misión, pero asignó al misionero a la Misión Japón Sapporo.
En
lo profundo de mi corazón me sentí muy conmovido y sinceramente
agradecido al Señor por permitirme tener esa impresión, y saber a dónde
debía ir ese misionero.
Al
terminar la reunión, el élder Eyring me testificó del amor que el
Salvador tiene por cada uno de los misioneros asignados a salir al mundo
a predicar el Evangelio restaurado. Dijo que es por el gran amor del
Salvador que Sus siervos saben a dónde deben ir a prestar servicio esos
maravillosos hombres y mujeres jóvenes, misioneros mayores y matrimonios
misioneros. Recibí un testimonio más esa mañana de que cada misionero a
quien se llama en esta Iglesia, y que se asigna o reasigna a una misión
en particular, es llamado por revelación del Señor Dios Todopoderoso
mediante uno de éstos, Sus siervos.
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