Por el élder Ronald A. Rasband
                                                
                                            
                                            De la Presidencia de los Setenta
                                        
 Al
 concluir nuestra asignación misional, el presidente Gordon B. Hinckley 
me llamó a servir como Setenta de la Iglesia. Como parte de mi 
capacitación inicial como nueva Autoridad General, tuve la oportunidad 
de sentarme con algunos miembros de los Doce cuando asignaban a 
misioneros para servir en una de las más de 300 misiones de esta gran 
Iglesia.
Al
 concluir nuestra asignación misional, el presidente Gordon B. Hinckley 
me llamó a servir como Setenta de la Iglesia. Como parte de mi 
capacitación inicial como nueva Autoridad General, tuve la oportunidad 
de sentarme con algunos miembros de los Doce cuando asignaban a 
misioneros para servir en una de las más de 300 misiones de esta gran 
Iglesia.
Con
 el permiso del presidente Henry B. Eyring, y alentado por él, me 
gustaría contarles una experiencia muy especial que tuvimos hace varios 
años cuando él era miembro del Quórum de los Doce. Cada uno de los 
apóstoles tiene las llaves del reino y las ejerce bajo la dirección y 
asignación del Presidente de la Iglesia. El élder Eyring estaba 
asignando misioneros a sus respectivas áreas de trabajo y, como parte de
 mi capacitación, se me invitó a observar.
Me
 reuní con el élder Eyring temprano por la mañana en un cuarto donde se 
habían preparado varios monitores grandes de computadoras para la 
sesión. También se encontraba allí un miembro del personal del 
Departamento Misional a quien se le había asignado ayudarnos ese día.
Primero
 nos arrodillamos juntos en oración. Recuerdo que el élder Eyring 
utilizó palabras muy sinceras al pedir al Señor que lo bendijera para 
saber “perfectamente” a qué lugar se debía asignar a los misioneros. La 
palabra “perfectamente” indica mucho en cuanto a la fe que el élder 
Eyring mostró ese día.
Para
 comenzar el proceso, aparecía en el monitor de la computadora la foto 
del misionero o la misionera a quien se daría la asignación. Al aparecer
 cada foto, me parecía como si el misionero o la misionera estuviera en 
el cuarto con nosotros. Entonces el élder Eyring saludaba al misionero 
con su voz gentil y agradable: “Buenos días, élder Reier o hermana Yang.
 ¿Cómo está usted hoy?”.
Me
 dijo que le gustaba imaginarse dónde concluirían su misión los 
misioneros; eso le ayudaba a saber a dónde se les debía asignar. Luego, 
el élder Eyring analizaba los comentarios de los obispos y los 
presidentes de estaca, las notas médicas y otros aspectos relacionados 
con cada misionero.
Después,
 miraba otra pantalla en donde aparecían las áreas y las misiones 
alrededor del mundo. Finalmente, según le indicaba el Espíritu, asignaba
 al misionero o a la misionera a su área de trabajo.
De
 otros miembros de los Doce he aprendido que ese método general es usual
 cada semana cuando los Apóstoles del Señor asignan a muchos misioneros a
 dar servicio por todo el mundo.
En
 vista de que años atrás yo había prestado servicio como misionero en mi
 país, en la Misión de los Estados del Este, esa experiencia me conmovió
 profundamente. Además, al haber servido como presidente de misión, 
estaba agradecido de tener otra confirmación en el corazón de que los 
misioneros que había recibido en la ciudad de Nueva York se me habían 
enviado por revelación.
Después
 de asignar a varios misioneros, el élder Eyring se dirigió a mí 
mientras reflexionaba sobre un misionero en particular y dijo: “Hermano 
Rasband, ¿a dónde cree que debe ir este misionero?”. ¡Me sobresalté! Le 
indiqué suavemente que no sabía, ¡y que tampoco sabía si yo podía saber!
 Me miró de frente y simplemente me dijo: “Hermano Rasband, preste más 
atención, ¡y también podrá saber!”. Después de eso, acerqué mi silla un 
poco más al élder Eyring y a los monitores, ¡y sí presté mucho más 
atención!
Un
 par de veces más al continuar el proceso, el élder Eyring se volvió 
hacia mí y me preguntó: “Bueno, hermano Rasband, ¿a dónde siente que 
debe ir este misionero?”. Yo le nombraba una misión en particular y el 
élder Eyring me miraba pensativo y decía: “¡No, no es esa!”, y asignaba 
al misionero a la misión a la que él había sentido que debía ir.
Casi
 al finalizar las asignaciones, apareció la foto de cierto misionero en 
la pantalla. Tuve una impresión muy fuerte, la más fuerte de toda la 
mañana, de que ese misionero que teníamos enfrente debía ser asignado a 
Japón. Yo no sabía si el élder Eyring me iba a preguntar sobre ese 
misionero, pero increíblemente lo hizo. Con vacilación y humildad le 
dije: “¿A Japón?”. El élder Eyring respondió de inmediato: “Sí, vayamos 
allí”. Aparecieron en el monitor las misiones de Japón, y en el acto 
supe que el misionero debía ir a la Misión Japón Sapporo.
El élder Eyring no me preguntó el nombre exacto de la misión, pero asignó al misionero a la Misión Japón Sapporo.
En
 lo profundo de mi corazón me sentí muy conmovido y sinceramente 
agradecido al Señor por permitirme tener esa impresión, y saber a dónde 
debía ir ese misionero.
Al
 terminar la reunión, el élder Eyring me testificó del amor que el 
Salvador tiene por cada uno de los misioneros asignados a salir al mundo
 a predicar el Evangelio restaurado. Dijo que es por el gran amor del 
Salvador que Sus siervos saben a dónde deben ir a prestar servicio esos 
maravillosos hombres y mujeres jóvenes, misioneros mayores y matrimonios
 misioneros. Recibí un testimonio más esa mañana de que cada misionero a
 quien se llama en esta Iglesia, y que se asigna o reasigna a una misión
 en particular, es llamado por revelación del Señor Dios Todopoderoso 
mediante uno de éstos, Sus siervos.
 
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