La misión es algo que siempre recordarán con cariño. Vale la pena cualquier sacrificio que sea necesario hacer.
élder David B. Haight del Quórum de los Doce Apóstoles.La meta máxima de la obra misional en la Iglesia es invitar a todos los habitantes de la tierra a venir a Cristo. Seis mil millones de personas de todo el mundo esperan escuchar el mensaje del Evangelio restaurado. Nosotros somos las personas bendecidas con el

Cada semana, el Departamento Misional de la Iglesia en Salt Lake City recibe unas ochocientas recomendaciones para el servicio misional. Estas recomendaciones indican la fe y la obediencia de hombres y mujeres jóvenes del mundo entero, en respuesta a la declaración de responsabilidad del Señor.
No mucho después de que el presidente de estaca o de misión recomienda a un candidato para la misión, la tan esperada carta —el llamamiento misional— llega por correo.
En el paquete se incluye una hoja que al principio puede pasar desapercibida. Es un formulario, el formulario de Aceptación del Llamamiento Misional. Es una carta personal en la que el misionero, dirigiéndose a la Primera Presidencia, acepta formalmente su llamamiento.
El formulario se compone de 15 líneas donde el misionero expresa sus sentimientos en cuanto a la singular oportunidad de servir al Señor. Las cartas están, por lo general, escritas a mano, son breves y directas. Aun así, estas palabras dicen mucho y revelan un profundo sentido.
Tras cada una de ellas hay una historia de fe.
“Mi Salvador me ha bendecido más de lo que jamás me
habría imaginado. Él dio Su vida por mí. Lo menos que puedo
hacer es darle dos años de mi vida”.
Las cartas a menudo contienen expresiones de fe en el Salvador y de gratitud por Su sacrificio. El profeta José Smith escribió: “Es la fe, y sólo la fe, la causa impulsora de toda acción” (Lectures on Faith, 1985, págs. 1–2). La fe, para que sea fe salvadora, debe centrarse en Cristo e impulsarlo a uno a obedecerle y a seguir Su ejemplo. Al aceptar el llamado al servicio, el misionero expresa suficiente fe para actuar basándose en sus propias creencias.
Las bendiciones inevitablemente vendrán como producto de este servicio como tantos ex misioneros pueden testificar. La fe en el Salvador se convierte en un ancla para el alma.
“No puedo expresar la felicidad y el gozo que siento al
aceptar este llamamiento. Estoy listo y dispuesto a dedicar dos
años de mi vida a la predicación del Evangelio”.
Muchos misioneros declaran en las cartas de aceptación: “Acepto mi llamamiento con gratitud”. Pero me pregunto cuántos misioneros se dan cuenta de lo que significa la palabra aceptar. Significa recibir voluntariamente algo que se da u ofrece; responder favorablemente; considerar correcto o apropiado. También significa ser aceptado en un grupo o comunidad. En el contexto del Evangelio, implica sumisión a la voluntad del Señor
y la disposición de seguir al profeta, que extiende el llamamiento. El “llamamiento” misional es el de servir al Señor con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza. La “asignación” misional es la de servir en el campo asignado. La carta de aceptación es símbolo de la disposición de aceptar que tanto el llamamiento como la asignación misional son la voluntad del Señor.
“Mi preparación para la misión ha sido una larga lucha.
Después de decidir ir a la misión, me llevó casi un año y medio
vencer problemas de conducta”.
Algunas cartas describen largos periodos de arrepentimiento, como la experiencia de lma, en que lo “agobiaba [el] tormento” y lo “atribulaba el recuerdo de [sus] muchos pecados” (Alma 36:17). Felizmente también hablan de lo “intens[o]” y lo “dulce” del gozo que viene por medio del arrepentimiento y del perdón (véase Alma 36:21).
El Señor manda que Sus misioneros sean limpios:
“Purificad vuestro corazón delante de mí, y entonces id por todo el mundo y predicad mi evangelio a toda criatura que no lo haya recibido” (D. y C. 112:28). El poder sagrado
disponible para “el que es ordenado por Dios y enviado” puede ejercerlo sólo quien es “purificado y limpiado de todo pecado” (véase D. y C. 50:26–28).
La Primera Presidencia ha declarado: “El servicio misional regular es un privilegio para aquellos que sean llamados por inspiración por el Presidente de la Iglesia, no un derecho. El servicio misional es literalmente servicio al Señor y a Su Iglesia, y su objetivo principal no es el desarrollo personal del misionero en forma individual, aun cuando el servir rectamente produce invariablemente ese resultado” (Carta, 12 de diciembre de 2000). Los líderes del sacerdocio tienen pautas específicas para asegurarse de que los misioneros estén espiritual, física, emocional y moralmente preparados para servir. Es un perjuicio para el Señor, para la Iglesia y para los futuros misioneros extender un llamamiento a quien no cumple con los requisitos.
Apreciamos a los muchos jóvenes y señoritas que viven dignos del llamamiento misional. Estamos profundamente agradecidos por quienes se arrepienten y participan del dulce gozo de la Expiación. Animamos a quienes no pueden servir debido a motivos físicos, emocionales u otros, a que busquen modos diferentes de servir, como lo puedan sugerir los padres y líderes de la Iglesia.
“La decisión de ir a la misión no fue fácil. Mi pasión por
el béisbol la hizo muy difícil”.
Numerosas cartas de aceptación denotan sacrificio. El joven a quien se cita anteriormente estaba bien encaminado en su sueño de jugar béisbol en la universidad, para luego, tal vez, disfrutar de una carrera en el béisbol profesional. Después de pensar y orar al respecto, la respuesta fue certera: debía servir al Señor. Una vez tomada la decisión, las prioridades en su vida fueron claras. El profeta José Smith declaró: “Es por medio del sacrificio de todo lo terrenal que los hombres realmente saben que están haciendo las cosas que complacen a Dios” (Lectures on Faith, pág. 69). La idea de renunciar a algo que atesoramos puede ser difícil y hasta dolorosa. Pero el Señor compensa generosamente cualquier sacrificio.
Los futuros misioneros hablan de dejar un preciado automóvil, la novia, la música, un trabajo lucrativo y muchas otras cosas; pero demasiados de ellos permiten que esos tesoros terrenales los cieguen ante las oportunidades espirituales y los desvíen de su misión preordenada. Por otro lado, continuamente nos sentimos sorprendidos y llenos de satisfacción por quienes lo dejan todo por servir al Señor.
“Hace sólo dos años, no tenía ningún propósito en la vida.
Al caminar por la calle temía que la gente me preguntara
quién era yo. Un día, dos misioneros me ayudaron a encontrar
el amor de Cristo. Encontraré gente que sienta lo mismo
que yo sentía y les mostraré el propósito de la vida”.
Mormón escribió: “El amor perfecto desecha todo temor” (Moroni 8:16). Cuando los futuros misioneros aprenden sobre el propósito de la vida y el amor del Señor, cobran valor para actuar a pesar de los temores. Al hacerlo, aprenden que los temores eran sólo un espejismo, la creación de su propia mente. El Señor, en repetidas oportunidades, asegura a los misioneros que Él les dará la fortaleza para tener éxito a pesar de los obstáculos. “El que tiemble bajo mi poder será fortalecido, y dará frutos de alabanza y sabiduría” (D. y C. 52:17). El presidente Harold B. Lee (1899–1973) a menudo declaraba: “A quien el Señor llama, el Señor prepara y capacita”.
Un joven le habló a su obispo en cuanto a su temor de no poder aprender las charlas y de no poder enseñar el Evangelio. Se percibía a sí mismo como un pobre representante del Señor. Moisés, Jeremías, Enoc y otros, tenían sentimientos de ineptitud en cuanto a su llamamiento, pero el Señor les prometió que los fortalecería y les diría lo que debían decir (véase Éxodo 4:11–12; Jeremías 1:7–9; Moisés 6:32–34). Los misioneros de hoy en día reciben la misma promesa si vencen su temor y abren la boca. “Alzad vuestra voz a este pueblo; expresad los pensamientos que pondré en vuestro corazón, y no seréis confundidos delante de los hombres; porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir” (D. y C. 100:5–6). El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) dijo: “Hay una aventura espiritual en el cumplimiento de la obra misional” (“‘It Becometh Every Man’”, Ensign, octubre de 1977, pág. 7). El embarcarse en una misión, como muchos saben, implica muchas de las mismas emociones que el embarcarse en algunas aventuras fuertes: entusiasmo, algo de ansiedad, y tal vez algo de temor. En la obra misional, damos un paso hacia lo desconocido. Tal vez vayamos a países extranjeros con una cultura diferente. Se requiere que vivamos continuamente con un compañero a quien no hemos conocido antes. Y la esencia de la obra misional es conocer a nuevas personas y hablar con ellas, dándoles testimonio de cosas maravillosas que puede que consideren extrañas. Al proclamar nuestras creencias públicamente, nos arriesgamos al ridículo y al desprecio. Tal es la naturaleza de la aventura, y como con muchas otras venturas, hablaremos con cariño sobre ella por el resto de la vida. Las cartas de Aceptación del Llamamiento Misional revelan una abundancia de espiritualidad y de fe. Mi propia fe se ve continuamente fortalecida por quienes aceptan el llamamiento de servir a Dios, por quienes permiten que su amor por el Señor supere sus temores y por quienes se someten voluntariamente al llamado de nuestro profeta viviente. Siempre ruego que todo joven que reúna los requisitos y que toda señorita que así lo desee pueda experimentar la maravillosa aventura de la misión.
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